Cajas de libros

Uno tiene que elegir sus libros basándose siempre en su tamaño y dureza, nunca en su contenido. Anticiparse a la enésima mudanza, al penúltimo país, y formar mentalmente un puzle de ejemplares en cajas.

Uno no puede abandonarse a la tapa blanda o confiarse acumulando libros ilustrados gigantes imposibles de transportar. Uno tiene que aceptar cada libro regalado disimulando esa ceja que sube sola, mientras uno calcula si cabrá en la caja entre Cheever y Hempel, entre Sontag y Onetti.

Uno tiene que mirar a sus amigos, nunca a los ojos, sino a los tríceps y los deltoides. Estimar si podrán ayudar a uno a cargar las cajas. Medirlos, no por su lealtad o apoyo, sino por su envergadura y capacidad de carga. Uno tiene que mirar a sus amigos como mulas de carga, pero también como vigilantes de seguridad, dispuestos a custodiar la mercancía y ceder una habitación, un desván, un sótano o un altillo.

Uno tiene que enamorarse sí, pero de alguien que pasee por la librería, no leyendo contracubiertas, sino escuadra y cartabón en mano. Trazando planes de fuga, anticipando desastres.
Uno tiene que acumular libros hasta el absurdo. Hasta que se conviertan en un problema, en el principal problema, en una pesada ancla que arrastrar constantemente.

Y en el momento de marcharse, uno debe sentarse en el suelo, rodeado de columnas de libros. Redescubrirlos no sólo a ellos, también a las fotos, notas, tarjetas que esconden. Revolverse por dentro, al fin y al cabo. Enfadarse con algunos, reconciliarse con otros. Porque el ancla que uno arrastra puede ser un día lo único que impida que a uno se lo lleve la corriente. 

La crisis económica mundial explicada por un ciervo

No se acabó el agua

no se marchitaron las flores

no se volvieron yermas explanadas
las praderas
no erupcionaron los volcanes

no cayó estaño del cielo

no se extinguieron los ciervos.

Un tipo

en un lugar llamado Wall Street

un tipo de ellos

lejos de aquí

se debió equivocar con los números.

Ellos tienen números de papel y cobre que coleccionan frenéticamente.

Muchos perdieron sus números
y se quedaron sin nada.

No les interesa el agua

la comida

o la luz.

Ellos necesitan cosas

cosas de plástico

que es como la madera de los árboles
 pero de colores y formas ilógicas.

Ángulos rectos en los que capturan imágenes
del agua

la comida

y la luz.

Supongo que la deben llamar
la crisis del plástico

pero no estoy seguro. 

Dos gigantes

Nos dice el taxista que los 16.000 habitantes de Punta del Este se convertirán en 600.000 en un mes. Argentinos, uruguayos y brasileños que vienen a pasar la Navidad en bañador. 

El mayor monumento de la ciudad es una mano gigante que emerge de la arena y provoca división de opiniones entre los locales: hay quien ve una fuerza irrefrenable que se dispara desde un posible centro de la Tierra y hay quien intuye los últimos estertores de un gigante que se ahoga. 

En ambos casos de trata de una grandeza que transita. Desde un centro que parece núcleo de creación o desde el mar que todo lo puede, que todo lo ahoga. Pareciera que a los dos gigantes les espera un futuro más áspero que su presente. 

Hay algo bonito y triste en los pueblos de playa vacíos. Contenedores de turistas que esperan silenciosos a la muchedumbre, mientras algún operario arregla un suelo de parqué a martillazos o pinta una columna. Es un silencio distinto al de los lugares que nacen y mueren pequeños y quietos. Aquí el mar desafina, como intentando rugir por encima de otro mar que no existe. 

Frente a la playa, una isla. Un montículo verde desafiando al océano en el que adivino un faro y sospecho un restaurante. Ya pronto llegarán unos, ya pronto les servirán los otros. Nosotros nos marchamos mañana y nos perdemos la danza. Pero nos llevamos un trocito de este silencio extraño. 

Perder el trabajo en el planeta Tierra



El planeta Tierra es una esfera, un disco o una línea en función de tu estructura molecular y la velocidad a la que te desplaces.

El planeta Tierra es una extensión plana que otorga a sus habitantes una falsa sensación de retorno al origen cuando se desplazan por su terreno. 

El planeta Tierra es un cuerpo esferoide oblato, definido y moldeado en parte por la superficie equipotencial de su propio campo gravitatorio. 

El planeta Tierra nos ha conformado a ti y a mí de la manera menos romántica posible. Una amalgama de células que trabajan en equipo sin saberse parte de otro mecanismo más complejo que sobrevive por encima de ellas. Gracias a ellas. Mecanismos vivos que luchan contra el tiempo sin saber demasiado bien porqué, en una carrera comenzada por los ancestros de sus ancestros cuando nada tenía nombre. 

El planeta Tierra nos da cobijo y nos regala, como a esas células, la posibilidad de participar en esa carrera hacia la nada sin sabernos parte, quizá, de un mecanismo más complejo que sobrevive por encima de nosotros. Gracias a nosotros. 

Aquí tú y yo paseamos por la calle. Enterramos los pies en la arena tibia de la playa. Nos quemamos la lengua con un té demasiado caliente. Compramos una funda de edredón. Alquilamos un coche por internet pero decidimos no ir a buscarlo. Participamos de pequeñas explosiones sin que nada parezca afectar o alterar ese mecanismo extraño y universal que se adivina por encima de nosotros.

Quiero decir que quizá hemos sufrido un proceso de extrañamiento y hemos perdido nuestro trabajo en la gran rueda. Tal vez estaba yo destinado a morir a los diecisiete años, caer al suelo y, con una sonrisa y la mirada perdida, permitir que la Tierra me absorbiera, me utilizara de abono para, decenas de años después, hacer crecer un manzano. A lo mejor, tú ibas a tener cinco hijos e ibas a morir en el parto junto al sexto.  

Pero, decía, hemos perdido nuestro trabajo en la gran rueda. En esta suerte de desempleo interestelar, vivimos en un rinconcito del planeta Tierra, escondidos del demiurgo, desatendiendo sus planes de supremo artesano. 

Por eso quería darle las gracias al planeta Tierra y pedirle perdón: gracias por darnos una existencia de tuercas despistadas en este motor que a todas luces no ayudamos a funcionar. Gracias por juntarnos, por hacer que nos encontráramos, por fabricarnos compatibles a ratos, aunque el plan fuera otro e, insisto, no parece que lo estemos cumpliendo. Por eso último le pido disculpas al planeta Tierra. Intentaremos molestar lo menos posible. Estoy seguro de que se las arreglará sin nosotros.

Sirag Nabih

Sirag Nabih es un tipo callado
distante
le molestan los ruidos estridentes
está incómodo en las conversaciones en grupo
tampoco es que lleve muy bien la soledad
a veces pienso que no está contento con nada.

Conocí a Sirag Nabih diría que en 2009
cerca de la Escuela Industrial
creo que venía de jugar a fútbol
quiero decir
estaba sudado
y la ropa parecía deportiva
creo que venía de jugar a fútbol
sí.

El tipo me propuso ser él mismo
me propuso ser Sirag Nabih
y yo le dije
¿perdona?
me acuerdo bien
él estaba sudado
yo dije
¿perdona?

Entonces me explicó:
hay muchos Sirag Nabih
el pobre tipo no puede con todo
así que externaliza.

Hay uno que va a trabajar
(ese siempre pide cambio de turno
pero yo me hago el loco).

Uno va los sábados a comer
con los padres de Sirag Nabih.

Otro va a cenar con chicas
y les habla de literatura.

Con ese Sirag Nabih quedo a menudo
porque yo soy el que escribe los textos
y claro
tiene que estar al día.

No es un trabajo pagado
pero digo yo que es currículum
y experiencia
estas cosas siempre abren puertas.

Nos reunimos todos
una vez cada dos meses
y nos contamos nuestros progresos
que son pocos
y cada vez menos.

Y es que el primer Sirag Nabih
el que nació
de su madre y de su padre
siendo Sirag Nabih
ese ya no viene a las reuniones
ni da instrucciones o sugerencias.

El Sirag Nabih que queda
con los amigos del primer Sirag Nabih
dijo que el primer Sirag Nabih
dejó de ser Sirag Nabih
no sé si me explico.

Que está en su casa
(que no es la casa de Sirag Nabih
porque ya hay un Sirag Nabih
que se encarga de cuidar esa casa)
sentado en un sofá
haciendo no se sabe bien qué.

Así que nos quedamos sin personaje
al que interpretar
porque el tipo se debió deprimir
o aburrir
o qué sé yo
y nosotros tiramos de archivo
ofreciendo al público
el mismo personaje plano
como reproduciendo cintas de vídeo viejas
hasta que el grano y la erosión
las haga impracticables.

Algunos universos en los que no existo

Mi padre es ametrallado por un soldado israelí
en la guerra de los 6 días

Mi madre es atropellada por un taxi
en la calle Abou Quer

El Gobierno de Canadá
acepta la solicitud de residencia
de mis padres y mis tres hermanas

Mi abuela no consigue convencer a mi madre
de que no aborte

La red de pesca se engancha al tobillo de mi abuelo
en Marsah Matrouh
y muere ahogado en 1939

Mi padre es expulsado del Quwwat El Diffaa El Gawwi
acusado de espía
y sentenciado a muerte

Mi abuelo no muere en 1953
y años más tarde
obliga a mi madre a casarse
con el dueño de una fábrica
de correas de transmisión multipista

Mi tía invita a un café a mi madre
en 1983
y la convence para que se haga
una ligadura de trompas

Gamal Abdel Nasser se atraganta con un dátil en 1951 en Hurghada,
mi padre no va a la guerra y se atraganta con un dátil en 1964 en Alejandría
mi madre no conoce a mi padre y se atraganta con un dátil en 1974 en Alejandría

El alcalde

Yo fui el alcalde
yo estuve en la plaza mayor
saludando a los ancianos
devolviéndole
(impreciso)
el balón a unos niños
yo paseé mi sonrisa
por las calles de esta ciudad
fui el alcalde que trajo la primavera
un marzo incipiente
a punto de florecer


yo fui el alcalde
recibí insultos a la entrada de mi casa
los mismos niños
repetían consignas aprendidas
yo vi los índices de opinión
explicándome el desprecio
paseé por las calles de esta ciudad
nervioso
me gritaron que robé la primavera
que impuse el invierno


yo fui el alcalde
me esperabas en casa con una sonrisa
hacíamos bromas sobre el tema
y si tú eras la primera dama
yo era el primer hombre
y juntos íbamos a comenzar una nueva civilización
de niños patizambos
ávidos lectores
deprimidos crónicos


yo fui el alcalde
y antes de poder explicar la metáfora
se nos acabó la legislatura

Humedad

El lenguaje es líquido. Brota, mana, se esparce para mojarlo todo. Y después, se evapora. Escribir es hacer fotografías del agua, revisitarla. Cada palabra es una balsa estanca. En el mejor de los casos no hace agua por las costuras. Yo envío mi pequeña flota de barquitos al mar. Los arrastro por la arena, sudando. Después los empujo a las profundidades. Me adentro en el agua hasta la cintura, hasta aquel punto en el que ya no estoy empujando cada barca, sino sujetándome en ella para no hundirme. Es curioso como cada embarcación pasa de necesitarme a querer escapar de mí en apenas unos centímetros. Cuando ya están todas en el agua doy por finalizada la botadura. Una suerte de bautismo que nadie presencia, pero que yo miro satisfecho, mojado y exhausto desde la orilla. En mi cabeza, doy unos pasos hacia atrás y hago una foto perfecta del momento. Pero el mar destroza todas las barcas al instante y escupe maderas desvencijadas a mis pies. No te preocupes. Todo este esfuerzo no ha sido en vano.

Cepos

Usábamos el mismo desodorante.
Ahora me huelo a mí mismo y
me recuerdo a ella.

Huracán

Voy a acabar creyendo que el universo respeta realmente nuestros calendarios, hechos de superstición y madera. El primer día de marzo despierta totalmente despejado, con una luz limpia que asoma tras los edificios.

A las siete de la mañana, la claridad es todavía muy baja. Me crea una sensación falsa de recorrido horizontal, como si la luz hubiera llegado aquí tras atravesar muchos kilómetros de desierto en línea recta, desde el sur, para acabar entrando entre las casas que tengo delante.

Como si pretendiera empujarlas hacia mí. O acabar empujándonos a todos, llevándonos lejos de la oscuridad húmeda de febrero. Por un momento imagino a esa luz sureña arrastrándonos como en un huracán, alejándonos de este febrero que siempre castiga, convirtiéndonos en un amasijo de confusión, vigas, mentiras, trozos de coches destrozados y algún que otro perro perdido. No sé cómo hemos llegado a marzo. Pero aquí estaba esperándonos con sus medias tintas, el cumpleaños de mi hermana, la promesa de un futuro más digerible. Y algunos días bonitos, seguro.

Migajas

Viernes. Alguien tiró dos caramelos desde el piso de arriba. Se engancharon a las sábanas tendidas. Rojo y azul. Los caramelos tienen algo de amantes de transición: pegajosos, de colores llamativos pero todos acaban sabiendo igual. Y, el día menos esperado, te joden unas sábanas.

Sábado. Fui al dichoso festival, a pesar de que se me atragantaron los textos que escribí para la ocasión y decidí no presentarlos. Mi única aportación fue una sonrisa educada y un sí con la cabeza. Me hicieron una entrevista para una radio francesa. Mitad en árabe, mitad en inglés, mitad lo siento pero no se me dan bien estas cosas. Casi todo lo que vi ahí me gustó, por lo que ya valió la pena. Una chica me dijo "¿Eres el poeta egipcio? Estuvimos recitando tus textos el otro día, me gusta mucho lo que escribes". Algo así. El horror. Me dieron ganas de encerrarme en una caja de cartón, precintar desde dentro y enviarme a un país lejano. Pero una vez en casa, me hizo ilusión.

Domingo. N. me llevó a la playa. Miré el mar y lo vi exageradamente antiguo. Intenté decírselo, pero me explicaba como un niño pequeño describiendo a su amigo invisible a un adulto. Creo que el mar es lo más antiguo que conozco. Más antiguo que cualquier persona, ser vivo o montaña que haya visto nunca. Ese pensamiento me dio mucha paz. Me sentí poco importante, una manchita en la espalda del gigante. Efímero y desechable. Así es mucho más fácil disfrutar del camino. El destino ya lo conocemos, aunque sea tabú mencionarlo.

Lunes. El destino ya lo conocemos, aunque sea tabú mencionarlo. Se murió el allegado de un compañero. Muy joven. No sabía qué decir, así que no dije nada. La muerte siempre es algo que sucede en la distancia, en un lugar remoto. Existe a nuestro alrededor en todo momento. Pero basta un centímetro de distancia para que la veamos lejana. Ajena. Y la clasificamos como una de esas cosas que le sucede a los demás. Tuvimos una reunión a las tres y cuarto de la tarde. En la sala de reuniones, los miré a todos y pensé: en unos años, todos estaremos muertos. Desde ese momento, todo lo anterior me pareció más sencillo y menos importante. Me fui a casa pronto y llamé a mi madre.

Socavón

¿Has oído lo del Carmelo? Que se ha caído el suelo. ¿Cómo que el qué? No al suelo, el suelo, se ha caído el propio suelo. Y yo qué sé que hay debajo. Pues vacío supongo. Pues debajo del vacío habrá otro suelo, a mí que me explicas. Pues más vacío. Más suelo. Y así sucesoriamente. Sucesivamente, eso he dicho. No, no, claro que no es seguro. Quiero decir, es seguro, pero todo lo seguro que puede ser un suelo. Un día va y se cae. Sí, supongo que técnicamente sería posible, ir cayendo indefinidamente. Acabaríamos en Australia. Y allí podríamos  seguir cayendo, pero hacia aquí, porque allí la gravedad va al revés. Bueno, no me líes con tanta mandanga técnica. Lo que te quería decir es que ya no te puedes fiar de nada, ni siquiera del suelo.

Al otro lado

A este lado estoy yo, pulsando actualizar.

Al otro lado tú le das un "Me gusta" a cada felicidades con dos exclamaciones. Yo he tenido 32 este año. Menos que el año pasado. He felicitado menos cumpleaños y eso se nota. No es que tenga menos amigos, es que la red convierte a las personas que quiero en un todo, una suerte de "sociedad": una masa informe que se articula con lógicas que desconozco, como una bandada de pájaros o un banco de peces.

A este lado estamos nosotros, mendigando atención.

Al otro lado un veinteañero estadounidense inventa el próximo canal para todo esto, el enésimo nombre. Con un poco de suerte lo venderá por miles de millones de dólares. Nosotros hablaremos de él en el bar y de lo que haríamos con miles de millones de dólares. Viajes, un hospital, un portazo en la oficina. Lo de siempre.

A este lado estás tú, mimando tus perfiles, tus personalidades en este cenicero. Sembraste por la mañana y ahora toca recoger la cosecha. Unos Me Gusta por aquí, unos comentarios por allá. Un inesperado A ver si nos vemos que nunca se concretará o sí o qué más da. O peor. Estás aquí en silencio. Mirando desde el otro lado del cristal. Consumiendo este veneno cada día sin hacer ruido, hasta marchitarte por dentro, invisible e insignificante.

Al otro lado estoy yo, intentando no ser previsible, cursi, obvio, plano. Olvidándome de lo bonito que es lo fácil y de lo fácil que es lo bonito si lo miramos sin demasiado cuidado. Pensando que parezco una embarazada sobrehormonada o un líder de secta bajo los efectos de alguna droga natural caducada y luchando por que no me importe.

A este lado estoy yo y los miro a todos. No los conozco. No sé nada de ellos y ellos tampoco saben nada de mí. Y aun así aquí estamos todos sin un motivo demasiado concreto, porque así lo acordamos en 2007 o 2008 y ¿qué sentido tiene empezar a preguntárselo ahora?

Al otro lado alguien me envía una invitación a un evento, a un juego. Alguien enseña a su hijo recién nacido, alguien escribe en el muro de mi amiga muerta, alguien cuelga una canción de Nirvana. Alguien enlaza a un texto de Borges, a la última polémica en televisión, a un artículo que ha escrito y que no le importa a nadie.

Y espera.

A este lado estoy yo, pulsando actualizar.

Qué sucede cuando un grupo de trece especialistas debidamente equipados que llevan cuatro años entrenándose para la ocasión secuestran al único hombre inmortal le cortan la cabeza lo descuartizan queman los trocitos de carne microscópicos resultantes y tiran sus cenizas al mar Mediterráneo

La habitación es totalmente oscura. No puedo afirmar rotundamente que sea una habitación, pero hay algo en el aire que descarta la inmensidad, el espacio abierto del que había oído hablar. Tampoco es que esperara nubes y un cielo azul.

Camino. Creo que camino. Tengo intención de hacerlo y no hay duda de que me sucede algo parecido al desplazamiento. He sido muchos hombres en muchas épocas. En ninguna me hablaron de este lugar.

Tengo consciencia y memoria, lo que descarta muchas de las teorías que me habían explicado. Recuerdo las rocas, el mar, los caballos, las ciudades. Recuerdo las máquinas, la música, la electrónica. Es raro, pero prácticamente no recuerdo a ninguna persona. Tengo clara la idea última de ser humano, pero ninguno de los que he encontrado en mi camino parece ocupar un lugar importante en mis recuerdos.

Parece que se equivocaban aquellos que me dijeron que no podía morir. No lo sé. No estoy en el plano del universo en el que estaba antes, eso seguro. No existen coordenadas para situar el espacio o el tiempo. No sé qué les pasa a los otros cuando se acaban. Si vienen también aquí. Si cada uno tiene un lugar así para él. No sé si esto sólo me va a suceder a mí. No lo sé.

Apuntes para la biografía de Seydou Diallo

El primero de cinco. Sanankoroba, a unos 36 kilómetros de Bamako. Edad estimada de partida: 9 o 10 años. Dinero para su pueblo, traer a su familia a Europa, lo de siempre. Ruta realizada mayoritariamente a pie. Autostop. Violación, luxación de hombro. Evita hablar de ello. Seis meses trabajando en Adrar (contacto posterior con la familia de acogida). Edad estimada de llegada a Tánger: 14 o 15 años. Paliza en el puerto de Tánger, la misma luxación de hombro, fractura del tabique nasal. Tarifa, Marbella, El Algar. Barcelona. La plaza del “carrer dels Metges” (El forat de la vergonya), ellos la llaman La Plaza Negra. Problemas con marroquís. Posible comienzo con el pegamento. Quizá antes. Casa okupa. Indiferencia de la DGAIA. Policía (tercera luxación de hombro). Radiografía de muñeca (considerado mayor de edad). PIRMI rechazado. Sobredosis. Edad estimada de fallecimiento: 16 o 17 años.

Llevamos mucho tiempo preparando la sorpresa

¡Feliz cumpleaños! ¿Qué? No te lo esperabas, ¿verdad? Le hemos dicho a Marc que se fuera a tomar un café contigo para despistarte y que pudiéramos preparar los globos en casa. Estaba todo el rato enviándonos whatsapps, vaya risas. Y lo de Laura ayer que se hizo un esguince, eso era cuento también, que teníamos que preparar los bocatas de Philadelphia.

Sí, sí, lo del trabajo también era coña. Qué va, ni recorte de plantilla ni nada, nos costó convencer a los de recursos humanos de tu empresa, pero valió la pena. Nos enviaron un email diciendo que te habías puesto a llorar y todo, se partían.

¡Mirad que cara pone! Claro que está Paula aquí. ¡Qué te va a haber dejado hombre! Era para distraerte y que no te esperaras la fiesta. Nos hemos pasado un año que cada vez que uno quedaba contigo para animarte iba a la cadena de mensajes a Facebook y echábamos unas risas. A Luis le dijiste: "Creo que nunca voy a encontrar una persona como ella, voy a pasarme la vida solo". No ha habido coñitas ni nada con eso.

Ven, saluda a tu abuelo. Eso ha sido lo más complicado eh. Un montón de permisos que tuvimos que pedir, hasta a los Mossos d'Esquadra. Los del tanatorio al principio flipando, pero luego les gustó la idea. Y el hombre dos años insistiendo que quería ver a su nieto. Está mayor ya el pobre.

Pero no tiembles hombre, nos ha llevado su tiempo pero ha valido la pena... ¡te hemos pillado totalmente desprevenido! Hemos hecho pizzas Tarradellas de pollo, de las que te gustan. Come, que se enfrían.

Hacer un Weah


El once es el primer número que no se puede contar con las manos. Tiene algo de inasible, es la primera cifra que se nos escapa como bestias. Quizá por eso acabamos buscando a nuestros ídolos en el fútbol, el juego del once por excelencia. Allí, donde nace lo inabarcable, encontramos dioses antiguos a los que admirar. Hombres jóvenes, masas de músculo a menudo un poco inconscientes, que hablan con nuestro lado más animal.

Corría el año 1996 y David y yo recorríamos el Eixample pateando un balón Questra. En aquella época la pelota de moda era la Adidas Tricolore (a la que nosotros llamábamos Tricofore por culpa de una tipografía desafortunada) pero era un lujo que no nos podíamos permitir.

París - Barcelona

Él espera en la primera fila de asientos y saluda con la cabeza. Quizá sólo levanta las cejas y aprieta los labios, pero consigue al fin esa ilusión de movimiento. Ella espera en la puerta -el pelo tensado hasta la nuca, desde donde cae lacio- saludando a todos los pasajeros con un “Buenas noches”.

A mitad del proceso, ella se gira y, sonriente, le dice a él: Mira quien ha venido a visitarte. Me giro y veo a un hombre fuerte, de unos cuarenta años, con camisa blanca y pantalón salmón. Tiene algo de galán venido a menos, con la barba prolija y algo descuidada y media melena teñida de rubio.

Los dos auxiliares de vuelo se cruzan miradas cómplices y, sin decirse nada, conspiran una torsión en la ceremonia. Ahora es ella la que asiente con la cabeza y él tiene el honor de decirle Buenas noches. Los dos hombres cruzan sonrisas, aunque la del pasajero se me antoja más espontánea y relajada, mientras la del auxiliar parece más forzada y nerviosa.

En algún lugar lejos, desde arriba (más arriba, nosotros estamos a diez mil metros de altura), un mal escritor nos narra. Y digo malo porque, eligiéndome a mí como voz del relato se complica inútilmente, pues el azar me sienta lejos del pasajero interesante, junto a una ventana cualquiera, alejado de la trama.

Pero los malos escritores se preocupan poco por mantener el pacto narrativo. Así que el azafato se acerca al galán cuarentón y le pide que se coloque junto a la salida de emergencia, en el centro del avión. Una tercera azafata, de acento canario y cara excesivamente maquillada, me pide a mí que custodie la segunda puerta, apenas a dos metros del protagonista de la historia.

A partir de ese momento comienza una extraña danza de flirteos. Los dos auxiliares tontean abiertamente con el pasajero, y aunque él responde y sigue el juego, parece más interesado en ellos como un todo. Como si no consiguiera distinguirlos y pretendiera seducir a la idea última de azafata. Al avión. A la compañía aérea.

En ese "todo vale" ella le regala una confidencia. Llamar la atención de alguien a veces exige realizar sacrificios corporativos. Aprovechando que pasan con el carrito de las bebidas y, sin venir a cuento, le dice:

"¿Sabe el avión de Málaga que escoltaron los cazas militares hasta Ámsterdam? En los medios de comunicación dicen que fue un error de comunicación, pero realmente lo que pasó es que la torre de control conectó con la cabina y el piloto estaba escuchando música árabe. Desde la torre de control se asustaron y asumieron que se trataba de un ataque terrorista."

El pasajero ríe eufórico, sabedor de que acaba de escuchar una historia terriblemente exclusiva. Parece contener el impulso de aplaudir y gritar Más, más, más. Al otro lado del carrito, la sonrisa del azafato, que ha perdido protagonismo a medida que avanzaba la historia, se extrema, desafiando cualquier lógica de la musculatura facial.

La azafata aprovecha el momento de euforia para lanzar un último ataque. Le ofrece unas patatas fritas y le da a elegir entre "sabor normal" (así lo define ella) y de cebolla. Antes de que pueda dar una respuesta, ella matiza que las de cebolla son mucho más sabrosas (utiliza la palabra sabrosas) pero que, si va a dar un beso a alguien esta noche, le aconseja las normales.

Los cuatro nos damos cuenta al instante. Ha ido demasiado lejos. Algo, muy pequeño, frágil y poco importante, se ha roto. Ella se finge despreocupada y se gira hacia mí. Me hace la misma broma. Yo, que no esperaba participar de manera activa en la historia, ni comprar unas patatas, reacciono algo nervioso, diciendo que sacrificaré el beso y me quedaré con la cebolla. Unos segundos más tarde me encuentro pagando unas patatas que no quería, ofreciendo mi tarjeta de crédito a la azafata. Ella la acerca a la luz, lee la inscripción y me dice, intentando llamarme por mi nombre, Muchas gracias Nabih. Por un segundo evalúo la posibilidad de explicarle que no, que mi nombre, que la confusión del empleado del banco, que los apellidos egipcios.

Pero siento que ya he contaminado demasiado la historia. El escritor intentará en el próximo capítulo otra vía de narración para continuar el relato. Me hace sacar una sudadera de la mochila y apoyarla contra la ventanilla, utilizándola de almohada. Me hace apoyar la cabeza en ella y cerrar los ojos. Y me pone a dormir.

Emma Zunz


Así que era esto. Se lo había imaginado muchas veces, pero nunca de esta manera. Tan frío e inesperado. Aséptico.

La carta habla de ingestión de veronal poco después del año nuevo. Emma nunca ha estado en Brasil, pero imagina un Río Grande abstracto, con el tal Feino Fain entrando a la habitación y gritando histérico, tras encontrar a Manuel Maier tendido en el suelo.

Pliega el papel con parsimonia y lo guarda en un cajón. Seis años después del supuesto desfalco del cajero en la fábrica de tejidos Tarbuch y Loewenthal, su padre, otrora llamado Emanuel Zunz, se ha suicidado. Seis largos años arrastrando esa falsa acusación que lo había alejado de su mujer, de su hija. De su vida.

Emma había callado hasta entonces, conservando quizá así una pequeña parcela de poder que el falso acusador, Aarón Loewenthal, no le podría arrebatar y que, de algún modo extraño, la mantenía unida al ahora llamado Manuel.

Así que se empecina en ese silencio que la ha premiado con un as bajo la manga. Y calla también el plan de venganza -buscando a lo mejor una segunda recompensa a su discreción-, perfilando detalles mentalmente, estirada en la cama, con los ojos inútilmente abiertos en la oscuridad.


Engaña a sus compañeras de fábrica con un comportamiento rutinario artificial: sigue en contra de la huelga, sigue sin hablar de novios. Mientras dibuja grandes desastres, les ofrece una imagen plana y previsible de ella misma. Ellas aceptan dócilmente, lejos de prever el gran golpe.

II

Sábado. La Prensa dice que el Nordstjärnan de Malmö zarpa esa noche del dique. Emma, que se ha despertado con ganas de ejecutar su plan, llama a Loewenthal y, con un temblor en la voz que tanto vale para una conspiradora como para una delatora, insinúa a su jefe que, al llegar el anochecer, pasará por su oficina a dar nombres y apellidos de huelguistas.

Relee y destruye la carta de su padre. Le da tiempo a acordar con Elsa y Perla Kronfuss los detalles de su paseo de domingo, antes de dirigir sus pasos hacia los bares del puerto. Allí, tras deambular por dos o tres locales absorbiendo y memorizando gestos de otras mujeres, encuentra por fin a los marineros del Nordstjärnan. Y les regala las ceremonias recién aprendidas, consiguiendo que uno, especialmente bajo y maleducado, la conduzca primero a una puerta, después a un zaguán, después a una escalera, después a un vestíbulo, después a un pasillo, y finalmente, a una última puerta.

Tras la puerta cerrada se intuyen movimientos espasmódicos. Coartadas que ganan consistencia. Alguna lágrima de rabia, vergüenza o alegría.

Emma se incorpora digna. El hombre ya se ha marchado, dejando algo de dinero en la cómoda. Ella lo rompe, en un acto algo injustificado que intenta dar solemnidad al suceso. Se viste, se marcha de aquel lugar y monta en un Lacroze, rumbo a la fábrica Tarbuch y Loewenthal.

Allí debe encontrar a Aarón en su residencia, en los altos de la nave. La verja entornada y el perro debidamente atado confirman que el jefe espera a la delatora. Ella ya imagina cómo gritará sus sentencias de venganza antes del último disparo. Cómo él confesará sus crímenes y pedirá inútilmente piedad antes de que su tosco cuerpo se desplome contra el suelo. Después ella llorará y explicará a todo el mundo que, en defensa propia, tuvo que matar al hombre que intentó abusar de ella.

Aunque en la práctica, todo sucede de un modo un poco menos poético. Emma acompaña la falsa confesión de aspavientos y temblores que fuerzan a Aarón Loewenthal a ir a buscar una copa de agua. Ella se dirige al despacho de su jefe de un modo mucho menos grácil de lo que había imaginado. El frío revólver en el cajón pesa más de lo esperado. Sin pensarlo dispara dos veces al vientre del hombre, que se desploma con mirada iracunda, insultando desde la incomprensión absoluta. Desde el suelo. El perro ladra frenético en el patio. Emma realiza un tercer disparo y todo parece quedar en silencio.

Así que era esto. Se lo había imaginado muchas veces, pero nunca de esta manera. Tan frío e inesperado. Aséptico.

Wikipedia


Dos meses preparándolo. Tú te crees. Me ha dicho que no le gusta. Dos meses. Al principio le ha hecho gracia, se ha reído mucho. Después, cuando ha visto todas las secciones, los detalles, las citas de familiares, me ha dicho que no le gustaba. Le daba "mal rollo" que hubiera investigado su infancia y su adolescencia. He sido víctima de mi propia dedicación. "Me gustaba tu regalo de cumpleaños... pero espera... ¡está demasiado bien hecho! Ahora ya no me gusta." Muy bien. Perfecto. ¿Y ahora qué? Porque claro, no voy a dejarlo abandonado. Ese es precisamente el espíritu contrario a todo esto. Ahora tengo que actualizarlo regularmente.

Al llegar a casa, he añadido una subsección en la sección biografía. "Polémica y rechazo del artículo". En la subsección he explicado cómo ella lo había leído y me había dicho que le daba miedo que hubiera hablado con familiares y amigos para hacerlo. He explicado también mi respuesta (le he dicho que si las fuentes no estaban contrastadas el artículo podía ser calificado como "no fiable"). La subsección "Polémica y rechazo del artículo" era nada, cuatro líneas, explicando la polémica. Me ha llamado al rato, diciéndome que qué hacía, que no le gustaba el artículo y que por favor parara de actualizarlo.

He añadido una nota al pie para dar veracidad a la sección. "Ha confirmado su rechazo con una llamada telefónica hostil". Me ha vuelto a llamar. Me ha dicho que me estaba pidiendo educadamente que parara de actualizar el artículo, que le estaba empezando a dar miedo. Le he intentado explicar que la estaba haciendo parte de la historia de la humanidad. Algún día, cuando ni ella ni yo estemos ya aquí (ni nuestros hijos, ni nuestros nietos) alguien encontrará todo esto. Y ella estará allá, registrada. Algo, alguien lejano en otra época, en otro lugar, sabrá de ella y de sus circunstancias. De mí no quedará nada. Y aun así no le gusta. Me dice que le da miedo que haya hecho esto. Dos meses.